La Tierra, a diferencia de otros planetas, tiene un eje de rotación inclinado. Esta inclinación es la que genera las estaciones a lo largo del año. Durante el verano, el hemisferio en el que nos encontramos está inclinado hacia el sol, lo que provoca que los rayos solares incidan de manera más directa sobre la superficie terrestre. En cambio, durante el invierno, el hemisferio se inclina alejándose del sol, lo que hace que los rayos solares lleguen menos verticalmente y sean menos intensos.
Cuando los rayos solares inciden de forma directa sobre un área determinada, la energía se absorbe rápidamente y calienta la superficie terrestre. Esta energía se disipa en forma de calor y calienta el aire circundante. Durante el verano, cuando el sol está más alto en el cielo, los rayos solares tienen que atravesar una menor cantidad de atmósfera, lo que disminuye la cantidad de energía que se pierde en el trayecto.
Por otro lado, durante el invierno, los rayos solares tienen que atravesar una mayor cantidad de atmósfera debido a la inclinación del eje de la Tierra. Esta mayor distancia hace que los rayos solares sean más débiles y se pierda más energía en el trayecto. Como resultado, la superficie terrestre recibe menos calor y el aire circundante no se calienta de manera tan rápida ni intensa como en verano.
Otro factor importante que contribuye a que haga más frío en invierno es la duración del día. Durante el invierno, los días son más cortos y las noches son más largas. Esto implica que el tiempo de exposición al sol es menor y, por lo tanto, la cantidad de energía que se recibe es menor. En cambio, durante el verano, los días son más largos, lo que permite que se reciba más energía solar y, en consecuencia, se genere más calor.
Además de la inclinación del eje de la Tierra, otros factores también influyen en la temperatura durante el invierno. Por ejemplo, la presencia de masas de agua, como los océanos, puede suavizar las temperaturas alrededor de las costas. Esto se debe a que el agua tiene una alta capacidad térmica, es decir, tarda más en calentarse y enfriarse. Durante el invierno, estas masas de agua pueden liberar calor almacenado, lo que ayuda a mantener las temperaturas más templadas en comparación con el interior del continente.
En conclusión, el hecho de que haga más frío en invierno que en verano se debe a la inclinación del eje de la Tierra. Esta inclinación provoca que los rayos solares lleguen de forma menos directa y sean menos intensos durante el invierno. Además, la duración del día y la presencia de masas de agua también influyen en la temperatura durante esta temporada. Aunque el frío puede ser incómodo, es parte de la maravillosa dinámica que la Tierra presenta a lo largo del año y nos permite disfrutar de la diversidad de las estaciones.